APOLOGÍA DEL VOTO NULO.
http://personal.us.es/urias/apologia.doc
Como están las cosas, el voto nulo es la única opción auténticamente libre, crítica y alternativa que nos deja el sistema electoral.
Hay quienes pensamos que las elecciones políticas se utilizan mayormente como mecanismo de dominación: su función es exclusivamente legitimadora del sistema. El mecanismo es maléfico y no merece la pena insistir ahora en como funciona. Brevemente: cada cuatro años se le da a la gente a elegir entre unas pocas opciones para designar a quienes mandan(realmente nunca hay más de dos, apurando mucho tres, opciones reales de gobierno). Su dominación, a partir de entonces, aparece como fundada democráticamente. Para que nada falta, la campaña, un debate aparente entre programas e ideología da la necesaria cobertura al proceso... olvidando que en verdad no se votan decisiones políticas, sino personas libres de ejercer su poder como mejor les plazca. Hoy día, el problema de las elecciones no es ya su insuficiencia (tal y como plantean inocentemente los que tímidamente piden MAS democracia) sino que sirve de paraguas para frenar y evitar CUALQUIER tipo de democracia participativa.
Ante los humildes intentos de ciudadanos y colectivos sociales para ganar ámbitos de decisión directa y cotidiana, los responsables políticos siempre alegan la fuerza suprema, como auténtica divinidad democrática, de la soberanía popular. Esta divinidad, al parecer, sólo se manifiesta en procesos electorales organizados con carácter general y desde el poder público, así que cualquier otra posibilidad estará siempre en desventaja.
Llegamos, pues, a la conclusión de que hay que reaccionar contra el sistema electoralista. El enemigo es la dominación arbitraria de unos pocos, pero ésta se muestra también en un mecanismo de manipulación ideológica que lleva a muchos demócratas sinceros –y no sólo a los partidos, que están evidentemente interesados en alcanzar ellos ese poder ilegítimo- a aceptar acríticamente la bondad de las elecciones políticas como el más óptimo instrumento de participación política de los ciudadanos. Hay que diseñar, pues, estrategias eficaces pero correctas y consecuentes con la crítica indicada. ¿Cuáles? Esencialmente puede pensarse en tres: abstención, voto en blanco, voto nulo.
Como los círculos sociales críticos desde los que se suele articular la democracia radical están impregnados del virus de la democracia electoralista, sólo suele pensarse en los dos primeros. Si no estás de acuerdo con las elecciones –suele decirse- pues no votes. Es una postura defendida históricamente desde colectivos de raigambre, como el anarquismo. La principal virtud de la abstención es su capacidad desligitimadora. Plantea un problema principal: no hay manera de diferenciar la abstención crítica y activa de aquella que descansa en la desgana, apatía o sumisión. En ello se ampara el sistema para ignorarla o achacarla a “falta de información”. Poco más.
Últimamente repuntan de las iniciativas que piden el voto en blanco. Se trata de un tipo de voto pensado para quienes no son capaces de decidirse entre las distintas opciones electorales que se le presentan. Transmite una sensación de inconformismo al negar que ninguno de los partidos que optan al poder esté cualificado adecuadamente para ello. Sin embargo es un voto rematadamente colaboracionista con el sistema electoral, acogiéndose a una posibilidad legalmente prevista. Por si fuera poco, el sistema electoral proporcional provoca que los votos nulos favorezcan en última instancia a los partidos más grandes: se contabilizan en el total de “votos válidos emitidos” y por tanto contribuyen al cálculo al alza del cociente electoral (votos divididos entre escaños) que está en la base de todo el reparto.
Frente a ello, la opción más reivindicativa, no cabe duda de que es el voto nulo. Ante todo, implica saltarse las normas, optar por algo que no está previsto como opción. El voto nulo es el voto de los torpes, de los analfabetos, de los que se equivocan al votar; nunca es malo estar con los analfabetos. Utilizar políticamente el voto nulo es subvertir el sistema. Lanza un mensaje de denuncia activista: nos saltamos las reglas.
En segundo lugar, el voto nulo es el único voto libre, porque es el único voto realmente creativo. Denunciamos que nos den a elegir como borregos entre dos o tres opciones (muy parecidas entre si). La vida es múltiple, compleja y rica. Las opciones son miles y dependen de cada persona. Con el voto nulo cada uno puede votar a quien quiera, imaginario o real. El voto nulo sirve tanto de ejercicio de la libertad de expresión como de denuncia.
Por último, el voto nulo es el único voto activista. Quien vota nulo se molesta en pensar y elaborar una papeleta, se molesta en ir al colegio electoral... y todo ello para realizar un acto de protesta, sin más valor que el de la denuncia pública y simbólica. Ese es el modelo de activista social que transformará la sociedad globalizada. No el que sigue a los partidos y sus sistemas a modo de masa gigantesca hacia el palacio de invierno, sino el creativo, luchador e independiente; imprevisible; autónomo.
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Como están las cosas, el voto nulo es la única opción auténticamente libre, crítica y alternativa que nos deja el sistema electoral.
Hay quienes pensamos que las elecciones políticas se utilizan mayormente como mecanismo de dominación: su función es exclusivamente legitimadora del sistema. El mecanismo es maléfico y no merece la pena insistir ahora en como funciona. Brevemente: cada cuatro años se le da a la gente a elegir entre unas pocas opciones para designar a quienes mandan(realmente nunca hay más de dos, apurando mucho tres, opciones reales de gobierno). Su dominación, a partir de entonces, aparece como fundada democráticamente. Para que nada falta, la campaña, un debate aparente entre programas e ideología da la necesaria cobertura al proceso... olvidando que en verdad no se votan decisiones políticas, sino personas libres de ejercer su poder como mejor les plazca. Hoy día, el problema de las elecciones no es ya su insuficiencia (tal y como plantean inocentemente los que tímidamente piden MAS democracia) sino que sirve de paraguas para frenar y evitar CUALQUIER tipo de democracia participativa.
Ante los humildes intentos de ciudadanos y colectivos sociales para ganar ámbitos de decisión directa y cotidiana, los responsables políticos siempre alegan la fuerza suprema, como auténtica divinidad democrática, de la soberanía popular. Esta divinidad, al parecer, sólo se manifiesta en procesos electorales organizados con carácter general y desde el poder público, así que cualquier otra posibilidad estará siempre en desventaja.
Llegamos, pues, a la conclusión de que hay que reaccionar contra el sistema electoralista. El enemigo es la dominación arbitraria de unos pocos, pero ésta se muestra también en un mecanismo de manipulación ideológica que lleva a muchos demócratas sinceros –y no sólo a los partidos, que están evidentemente interesados en alcanzar ellos ese poder ilegítimo- a aceptar acríticamente la bondad de las elecciones políticas como el más óptimo instrumento de participación política de los ciudadanos. Hay que diseñar, pues, estrategias eficaces pero correctas y consecuentes con la crítica indicada. ¿Cuáles? Esencialmente puede pensarse en tres: abstención, voto en blanco, voto nulo.
Como los círculos sociales críticos desde los que se suele articular la democracia radical están impregnados del virus de la democracia electoralista, sólo suele pensarse en los dos primeros. Si no estás de acuerdo con las elecciones –suele decirse- pues no votes. Es una postura defendida históricamente desde colectivos de raigambre, como el anarquismo. La principal virtud de la abstención es su capacidad desligitimadora. Plantea un problema principal: no hay manera de diferenciar la abstención crítica y activa de aquella que descansa en la desgana, apatía o sumisión. En ello se ampara el sistema para ignorarla o achacarla a “falta de información”. Poco más.
Últimamente repuntan de las iniciativas que piden el voto en blanco. Se trata de un tipo de voto pensado para quienes no son capaces de decidirse entre las distintas opciones electorales que se le presentan. Transmite una sensación de inconformismo al negar que ninguno de los partidos que optan al poder esté cualificado adecuadamente para ello. Sin embargo es un voto rematadamente colaboracionista con el sistema electoral, acogiéndose a una posibilidad legalmente prevista. Por si fuera poco, el sistema electoral proporcional provoca que los votos nulos favorezcan en última instancia a los partidos más grandes: se contabilizan en el total de “votos válidos emitidos” y por tanto contribuyen al cálculo al alza del cociente electoral (votos divididos entre escaños) que está en la base de todo el reparto.
Frente a ello, la opción más reivindicativa, no cabe duda de que es el voto nulo. Ante todo, implica saltarse las normas, optar por algo que no está previsto como opción. El voto nulo es el voto de los torpes, de los analfabetos, de los que se equivocan al votar; nunca es malo estar con los analfabetos. Utilizar políticamente el voto nulo es subvertir el sistema. Lanza un mensaje de denuncia activista: nos saltamos las reglas.
En segundo lugar, el voto nulo es el único voto libre, porque es el único voto realmente creativo. Denunciamos que nos den a elegir como borregos entre dos o tres opciones (muy parecidas entre si). La vida es múltiple, compleja y rica. Las opciones son miles y dependen de cada persona. Con el voto nulo cada uno puede votar a quien quiera, imaginario o real. El voto nulo sirve tanto de ejercicio de la libertad de expresión como de denuncia.
Por último, el voto nulo es el único voto activista. Quien vota nulo se molesta en pensar y elaborar una papeleta, se molesta en ir al colegio electoral... y todo ello para realizar un acto de protesta, sin más valor que el de la denuncia pública y simbólica. Ese es el modelo de activista social que transformará la sociedad globalizada. No el que sigue a los partidos y sus sistemas a modo de masa gigantesca hacia el palacio de invierno, sino el creativo, luchador e independiente; imprevisible; autónomo.